miércoles, 5 de febrero de 2020

"Góngora" (de "Como quien espera el alba")


"Góngora"

El andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo,
El poeta cuya palabra lúcida es como diamante,
Harto de fatigar sus esperanzas por la corte,
Harto de su pobreza noble que le obliga
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer, ya que las sombras,        5
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles
La bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje;
Harto de pretender favores de magnates,
Su altivez humillada por el ruego insistente,                                               10
Harto de los años tan largos malgastados
En perseguir fortuna lejos de Córdoba la llana y de su muro excelso,
Vuelve al rincón nativo para morir tranquilo y silencioso.

Ya restituye el alma a soledad sin esperar de nadie
Si no es de su conciencia, y menos todavía                                                 15
De aquel sol invernal de la grandeza
Que no atempera el frío del desdichado,
Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes,
Vulgo luciente no menos estúpido que el otro;                                             20
Ya se resigna a ver pasar la vida tal sueño inconsistente
Que el alba desvanece, a amar el rincón solo
Adonde conllevar paciente su pobreza,
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,                                      25 
Dejándole la amarga, el desecho del paria.

Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo hermosura, sino ánimo,
La fuerza del vivir más libre y más soberbio,
Como un neblí que deja el puño duro para buscar las nubes
Traslúcidas de oro allá en el cielo alto.                                                        30
Ahora al reducto último de su casa y su huerto le alcanzan todavía
Las piedras de los otros, salpicaduras tristes
Del aguachirle caro para las gentes
Que forman el común y como público son arbitro de gloria.
Ni aun esto Dios le perdonó en la hora de su muerte.                                   35
Decretado es al fin que Góngora jamás fuera poeta,
Que amó lo oscuro y vanidad tan sólo le dictó sus versos.
Menéndez y Pelayo, el montañés henchido por sus dogmas,
No gustó de él y le condena con fallo inapelable.


Viva pues Góngora, puesto que así los otros                                                40
Con desdén le ignoraron, menosprecio
Tras del cual aparece su palabra encendida
Como estrella perdida en lo hondo de la noche,
Como metal insomne en las entrañas de la tierra.
Ventaja grande es que esté ya muerto                                                        45
Y que de muerto cumpla los tres siglos, que así pueden
Los descendientes mismos de quienes le insultaban
Inclinarse a su nombre, dar premio al erudito,
Sucesor del gusano, royendo su memoria.
Mas él no transigió en la vida ni en la muerte                                               50
Y a salvo puso su alma irreductible
Como demonio arisco que ríe entre negruras.

Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;
Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;
Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros),           55
Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.



Góngora fue el poeta que había servido de elemento unificador a la Generación del 27. Recordemos que fueron los actos de celebración del III Centenario de su muerte lo que convocó a los poetas en Sevilla. Sin embargo, su significado en este poema es bien distinto. En primer lugar, no debemos olvidar que Cernuda no sintió gran admiración por el poeta cordobés y que sus modelos clásicos preferidos fueron Garcilaso y Fray Luis (como recordamos al hablar de "Égloga, Elegía, Oda"). Cernuda no escribió ningún poema en los actos de homenaje de Sevilla, como explica Derek Harris, ni se dejó contagiar por su estilo culterano, como sí hicieron otros poetas como Alberti o Miguel Hernández. 

El gran poeta barroco es utilizado en este poema con otra intención, que ya hemos comentado en la introducción al libro: Cernuda dedica varios poemas a personajes desplazados y solitarios que simbolizan su propio alejamiento del orden establecido. La visión que ofrece de Góngora no es triunfante sino humana y decadente, subrayando el desprecio que la corte sentía por el poeta del Siglo de Oro.

El poema, de cierta extensión (56 versos), se divide en cuatro estrofas de trece versos cada una, y otra final, de cuatro, que le sirve de cierre. No hay rima y la medida de los versos es irregular, tendente al prosaísmo (aunque se trate de un estilo muy depurado y personal, claramente literario). 

La primera estrofa nos presenta a un Góngora envejecido que vuelve a su ciudad natal, Córdoba, ante la imposibilidad de mantenerse en Madrid. Contrasta poderosamente su orgullo, "su palabra lúcida" y su "pobreza noble" con el desprecio de la Corte hacia su persona. Cernuda muestra de forma sutil el carácter orgulloso del cordobés, que no se atreve a salir de día y solo lo hace de noche para que los demás no vean el estado de su coche y sus ropas gastadas (v. 8, "la bayeta caduca de su coche y el tafetán delgado de su traje"), disimulándolo con la oscuridad. Cansado de buscar inútilmente el apoyo de mecenas y nobles ante los que se arrastra, vuelve a su ciudad, que es evocada con una cita al famoso soneto gongorino ("lejos de Córdoba la llana y de su excelso muro", v. 12).

La segunda estrofa nos describe la aceptación estoica de Góngora, que de vuelta a su tierra no espera ya nada de nadie (en el verso se ven ecos de la famosa afirmación de Cernuda "No sé nada, no espero nada, no quiero nada" pronunciada en los años 30), y se aleja de la nobleza que tan poco favor le ha hecho, a la que compara con la plebe: "Vulgo luciente no menos estúpido que el otro" (v. 20). Cernuda está proyectando su propio desprecio por la gente vulgar, de la que se aleja, independientemente de su poder adquisitivo. Para él son igual de superficiales, y no aportan nada a su vida. Igualmente, ese compromiso con su propia conciencia es algo característico de Cernuda, rasgo que otorga en este poema al cordobés, trasunto de sí mismo. Góngora, en su exilio interior, admite con resignación su pobreza viviendo en su pequeño "rincón" (así lo denominaba el poeta cordobés), siguiendo las ideas contenidas en el tópico literario "desprecio de corte, alabanza de aldea" tan querido por el poeta barroco y que también casaba con las inclinaciones de Cernuda. En los últimos versos de la estrofa, Góngora asume incluso que haya poetas con menor talento que él que estén disfrutando del éxito y que a él solo le dejen "el desecho del paria" (v. 26). También en ello podemos ver un reflejo de la situación del propio Cernuda, que desde el exilio inglés, conocía el panorama poético de España, dominado por autores afines al régimen franquista que no tenían su calidad y que en cambio contaban con éxito y facilidades para publicar. 


La tercera estrofa se centra en el poder de la poesía, que se convierte para Góngora (Cernuda) en el único sustento de su existencia, única forma de trascender y elevarse por encima de la vulgaridad del mundo. Se vale para ello de la comparación con el neblí (ave de presa de la familia del halcón), que vuela hasta las nubes y al cielo. Su uso no es gratuito: por un lado, Góngora había dedicado una sección de sus Soledades a la cetrería, donde las aves eran descritas como sinónimos de fuerza, altura y libertad; por otro, el neblí que deja el "puño duro" (la mano sobre la que se apoya antes de emprender el vuelo) puede representar a esos nobles y señores que no supieron ver la grandeza de Góngora y no le dieron su ayuda, mientras él ascendía hacia la gloria poética. Frente a esas imágenes de claridad y luz, los versos 31-35 introducen de nuevo el rechazo ignorante que lo persigue hasta su propia casa, ese pueblo que tira piedras (insultos, descalificaciones) ante una poesía que no comprende, convertido en "árbitro de gloria" por ser ese el sentir general aunque no por ello válido. En el aguachirle (cosa sin valor, que aquí simboliza esos ataques sin sustento) hay también otra referencia a Góngora y a su famoso soneto Patos de la aguachirle castellana, escrito contra Lope de Vega y sus defensores. 


La consideración de oscuro, difícil e incluso ridículo que la tradición posterior asignó a Góngora y a su poesía hace que Cernuda afirme que ni siquiera se le concediera el título de poeta, pues solo escribió sus versos por vanidad (vv. 36-37); el gran crítico del siglo XIX Menéndez Pelayo no ayudó tampoco a recuperar la obra del cordobés, y fue muy crítico con sus Soledades. Cernuda lo describe con ironía y desprecio: "montañés henchido por sus dogmas" (era santanderino, de ahí la referencia a la montaña), soberbio y seguro de sus ideas. La figura de cualquier crítico literario siempre se presentará con tintes negativos en la poesía de Cernuda, como recuerdo de la reacción a su primer libro, Perfil del aire. (Lo hemos hablado en una entrada anterior). 


La cuarta estrofa sirve para alabar la figura de Góngora; Cernuda se levanta para glorificarlo ("Viva pues Góngora", v. 40) frente a aquellos que no apreciaron su poesía; la palabra del cordobés brilla "como estrella" (v. 43), "como metal" (v. 44), y Cernuda ironiza constatando que está bien que Góngora haya muerto y que hayan pasado tres siglos, pues los descendientes de aquellos que entonces lo insultaron y despreciaron son los que ahora participan en la admiración colectiva por el autor barroco. De nuevo hay un ataque al crítico y al investigador ("erudito", v. 48) que presenta como "sucesor del gusano, royendo su memoria", pues su trabajo se sustenta en ahondar en la vida privada del artista, haciendo públicas sus miserias y sus intimidades. Pero Góngora estaba por encima de todo eso, y "su alma irreductible" se reía de esas vanaglorias que despreciaba. 


La estrofa final, mucho más breve (4 versos), sirve de cierre a modo de oración con una misma estructura que se repite ("Gracias demos a Dios"), a la manera de las salmodias bíblicas que utilizan estructuras repetitivas. En ella, la identificación de Cernuda con Góngora es explícita (ese "nosotros" del v. 55), y donde se pone de manifiesto que más allá de rechazos ("Góngora vencido") o  de actos de reconocimiento ("Góngora exaltado"), el poeta solo alcanzará la paz con la muerte, a la que llega sin doblegarse ante nadie, fiel a sí mismo y a su conciencia. Concluye así el poema con la identificación absoluta de Cernuda con el destino del poeta barroco, símbolo del artista víctima de la incomprensión del público y del desprecio de quienes carecen de su talento.      

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