martes, 4 de febrero de 2020

"Tierra nativa" (de "Como quien espera el alba")


               "Tierra nativa"

Es la luz misma, la que abrió mis ojos
Toda ligera y tibia como un sueño,
Sosegada en colores delicados
Sobre las formas puras de las cosas.

El encanto de aquella tierra llana,                 5
Extendida como una mano abierta,
Adonde el limonero encima de la fuente
Suspendía su fruto entre el ramaje.

El muro viejo en cuya barda abría
A la tarde su flor azul la enredadera,            10
Y al cual la golondrina en el verano
Tornaba siempre hacia su antiguo nido.

El susurro del agua alimentando,
Con su música insomne en el silencio,
Los sueños que la vida aún no corrompe,      15
El futuro que espera como página blanca.

Todo vuelve otra vez vivo a la mente.
Irreparable ya con el andar del tiempo,
Y su recuerdo ahora me traspasa
El pecho tal puñal fino y seguro.                  20

Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca?
Aquel amor primero, ¿quién lo vence?
Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida,
Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?



De nuevo regresa Cernuda al tema de la tierra perdida en un poema de estructura regular (se compone de seis estrofas de cuatro versos cada una, siendo en su mayoría endecasílabos, excepto los vv. 7, 10, 15, 16, 18 y 24 que son alejandrinos).  


La luz parece ser el detonante del recuerdo, que aparece al principio del poema. Cernuda ve una luz que le hace pensar en la de su tierra ("Es la luz misma"), la que lo recibió al nacer ("la que abrió mis ojos") en ese paraíso perdido de la infancia que es su patria presentado de manera idealizada (vv. 3-4).

Pasa el poeta a continuación a recordar distintos escenarios de su tierra: las vegas propias de Andalucía, llanas sin apenas vegetación, y una casa que se presenta de forma metonímica; no se describe la casa pero sí el limonero cuyas ramas cubrían la fuente y los muros y el seto ("la barda") que rodeaba el jardín con sus enredaderas. Visión muy impresionista de la vivienda que además no está exenta de literatura. Hay dos claras referencias poéticas: el limonero de la infancia de Machado y las golondrinas de Bécquer, dos poetas sevillanos que ayudan a construir esa imagen de su ciudad natal con el filtro sublimado que da la distancia. 

La siguiente estrofa se centra en la paz de ese jardín, cuya tranquilidad solo perturba el leve sonido de la fuente; ese entorno familiar, rememorado desde el presente, es un espacio de promesas futuras, el ámbito de la infancia donde todo aún se puede conseguir, no hay sueños imposibles y lo que está por venir es solo una "página en blanco".

Sin embargo, ese mundo de posibilidades choca con la realidad en la estrofa quinta; la memoria aviva el recuerdo, que se confronta con un presente donde esas múltiples perspectivas se han reducido al mínimo y esos sueños no se han alcanzado. El paso del tiempo, inexorable, hace que la evocación de aquel pasado feliz lleno de oportunidades solo cause dolor al poeta ("y su recuerdo ahora me traspasa / el pecho tal puñal fino y seguro"). 

En la estrofa final, Cernuda concluye, por medio de una serie de interrogaciones retóricas, que es imposible despojarse del recuerdo de la tierra donde nació, pues su añoranza se acentúa cuanto más lejana la siente, del mismo modo que no se puede olvidar el primer amor (v. 22) ni arrancar la raíz del árbol joven y vigoroso (v.21).

Los ecos de Bécquer se aprecian igualmente en esas interrogaciones finales, procedimiento muy habitual en el poeta romántico, e incluso en la referencia al puñal del v. 20 (piénsese en la famosa rima XLII). Es evidente que Bécquer forma parte del imaginario de Cernuda asociado a su juventud, época en la que empezó a leer sus poemas. El poeta del siglo XIX influyó poderosamente en su formación (y en libros posteriores como "Donde habite el olvido", como ya hemos comentado) y es lógico que lo evoque al rememorar su ciudad natal y sus primeros años.      

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