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domingo, 27 de enero de 2019

"Soliloquio del farero" (de "Invocaciones")


"Soliloquio del farero"

Cómo llenarte, soledad, 
sino contigo misma... 

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, 
quieto en ángulo oscuro, 
buscaba en ti, encendida guirnalda,                                             5
mis auroras futuras y furtivos nocturnos, 
y en ti los vislumbraba, 
naturales y exactos, también libres y fieles, 
a semejanza mía, 
a semejanza tuya, eterna soledad.                                               10

Me perdí luego por la tierra injusta 
como quien busca amigos o ignorados amantes; 
diverso con el mundo, 
fui luz serena y anhelo desbocado, 
y en la lluvia sombría o en el sol evidente                                     15
quería una verdad que a ti te traicionase, 
olvidando en mi afán 
cómo las alas fugitivas su propia nube crean. 

Y al velarse a mis ojos 
con nubes sobre nubes de otoño desbordado                                 20
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos, 
te negué por bien poco; 
por menudos amores ni ciertos ni fingidos, 
por quietas amistades de sillón y de gesto, 
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,                25
por los viejos placeres prohibidos 
como los permitidos nauseabundos, 
útiles solamente para el elegante salón susurrado, 
en bocas de mentira y palabras de hielo. 

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona                  30
que yo fui, 
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones; 
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos, 
limpios de otro deseo, 
el sol, mi dios, la noche rumorosa,                                               35
la lluvia, intimidad de siempre, 
el bosque y su alentar pagano, 
el mar, el mar como su nombre hermoso; 
y sobre todo ellos, 
cuerpo oscuro y esbelto,                                                              40
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía, 
y tú me das fuerza y debilidad 
como el ave cansada los brazos de la piedra. 

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje, 
oigo sus oscuras imprecaciones,                                                   45
contemplo sus blancas caricias; 
y erguido desde cuna vigilante 
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, 
por quienes vivo, aún cuando no los vea; 
y así, lejos de ellos,                                                                    50
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, 
roncas y violentas como el mar, mi morada, 
puras ante la espera de una revolución ardiente 
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo 
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.                 55

Tú, verdad solitaria, 
transparente pasión, mi soledad de siempre, 
eres inmenso abrazo; 
el sol, el mar, 
la oscuridad, la estepa,                                                               60
el hombre y su deseo, 
la airada muchedumbre, 
¿qué son sino tú misma? 

Por ti, mi soledad, los busqué un día; 
en ti, mi soledad, los amo ahora.                                                 65


Este poema es uno de los más famosos de Cernuda, síntesis perfecta de sus sentimientos y de la importancia de la soledad en su vida, su más fiel compañera. Para ello, el poeta se desdobla adoptando la voz de un farero. A través de un soliloquio (un parlamento dirigido hacia sí mismo), el farero, trasunto del poeta, establece una conversación reflexiva con la soledad. 

La conversación parte de su infancia, pues fue en soledad como imaginó su futuro, y en él vislumbraba ya que su destino sería libre y solitario, de igual manera que su eterna acompañante (vv. 3-10). Resulta destacable el v. 4 ("quieto en ángulo oscuro"), que hace pensar en Bécquer y en su famoso verso "Del salón en el ángulo oscuro". La referencia velada al poeta romántico no es gratuita, pues remite al mundo de la infancia de Cernuda, y a la lectura primera del que será su modelo literario de adolescencia. 

Pero en la juventud, el farero (Cernuda) se perdió en busca de amigos y amantes, y se olvidó de su verdadera esencia, siguiendo esa "verdad" que suponía abandonar la soledad (vv. 11-16), aunque eso negaba su propia naturaleza, pues "las alas fugitivas su propia nube crean" (v. 18); es decir, la soledad formaba parte del carácter del poeta, y acabaría surgiendo aunque él la evitara. En aquella época, negó la compañía de la soledad por cosas sin importancia: por amores superficiales (v. 23), amistades sin valor (v. 24), la fama (v. 25), "los placeres prohibidos" (v. 26), igual de repugnantes que los placeres admitidos por la sociedad, objeto de mentiras y envidias (vv. 27-29).

El poeta contrapone su juventud pasada, cuando traicionó a la soledad, con el presente en que se encuentra, que le recuerda a su "yo" de la infancia (vv. 30-32). Rodeado solo por la naturaleza (sol, lluvia, bosque, mar, vv. 33-38), reconoce a su alrededor la única compañía de la soledad (vv. 39-43). En medio de la noche, el farero contempla el mar desde su puesto de vigilancia, que sirve de guía a los hombres (vv. 44-48). El farero vive por ellos, pues su existencia se basa en servirles, aunque no conozca ni sus nombres ni sus identidades (vv. 49-51); a pesar de ello, los ama a todos y a ellos dedica su vida, con la misma pasión que ese mar junto al que habita (vv. 52-55).  

La soledad es la única pasión que llena su vida, y todo cuanto le rodea (sol, mar, el hombre, su deseo, la humanidad toda) no son sino una manifestación de esa realidad (vv. 56- 63). Los dos versos finales ofrecen la paradoja que cierra el poema: buscó la compañía de los hombres por la soledad; ahora, en su madurez, acompañado de la soledad, ama a esa humanidad  en la lejanía.   

El farero (Cernuda) halla así en la soledad el único refugio, y acaba identificándose con ella, convirtiéndola en su propia esencia. 

"A un muchacho andaluz" (de "Invocaciones")


"A un muchacho andaluz"

Te hubiera dado el mundo, 
muchacho que surgiste 
al caer de la luz por tu Conquero, 
tras la colina ocre, 
entre pinos antiguos de perenne alegría.                                                5

¿Eras emanación del mar cercano? 
Eras el mar aún más 
que las aguas henchidas con su aliento, 
encauzadas en río sobre tu tierra abierta, 
bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores.     10

Eras el mar aún más 
tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo; 
eras forma primera, 
eras fuerza inconsciente de su propia hermosura. 

Y tus labios, de bisel tan terso,                                                              15
eran la vida misma, 
como una ardiente flor 
nutrida con la savia 
de aquella piel oscura 
que infiltraba nocturno escalofrío.                                                          20

Si el amor fuera un ala. 

La incierta hora con nubes desgarradas, 
el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa, 
la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos, 
te enviaban a mí, a mi afán ya caído,                                                    25
como verdad tangible. 

Expresión amorosa de aquel mismo paraje, 
entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro mundo, 
eras tú una verdad, 
sola verdad que busco,                                                                        30
mas que verdad de amor, verdad de vida; 
y olvidando que sombra y pena acechan de continuo 
esa cúspide virgen de la luz y la dicha, 
quise por un momento fijar tu curso ineluctable. 

Creí en ti, muchachillo.                                                                        35

Cuando el amor evidente, 
con el irrefutable sol del mediodía, 
suspendía mi cuerpo 
en esa abdicación del hombre ante su dios, 
un resto de memoria                                                                           40
levantaba tu imagen como recuerdo único. 

Y entonces, 
con sus luces el violento Atlántico, 
tantas dunas profusas, tu Conquero nativo, 
estaban en mí mismo dichos en tu figura,                                             45
divina ya para mi afán con ellos, 
porque nunca he querido dioses crucificados, 
tristes dioses que insultan 
esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.



El poema que abre Invocaciones surge como anécdota de una visita de Cernuda a Huelva cuando trabaja en las Misiones Pedagógicas de la República. En un paseo por el Conquero, zona arbolada de la capital onubense, se encuentra con un grupo de jóvenes. Rivero Taravillo, en su biografía del poeta, explica que Cernuda idealiza ese momento en este texto, fechado el 22 de agosto de 1934.

Al verlo aparecer, el poeta se muestra tan impresionado que llega al extremo de afirmar que le habría entregado el mundo de haber podido (vv- 1-2). Se pone de manifiesto desde el primer verso la condición divina del joven, al que Cernuda rinde vasallaje como si de un dios se tratara, que ha surgido de la naturaleza que los rodea (vv. 3-5). Se pregunta incluso si ha salido del mar, en referencia al mito del nacimiento de Venus, que subraya la condición de dios del joven y lo relaciona además con el símbolo del mar como deseo y fuerza sensual   que hemos visto en poemas anteriores. En ese sentido hay que entender la afirmación "Eras el mar aún más": el muchacho estaba más vivo y ofrecía más energía que las rías cercanas, llenas con el agua del mar, bajo un cielo con nubes (vv. 7-10).

La misma idea se repite en la estrofa siguiente, donde se insiste que el joven era una fuerza de la naturaleza, a pesar de la pobreza de su atuendo (quizás un simple bañador y poco más), "forma primera" que remite a la idea platónica de belleza, anterior a su actualización en un cuerpo concreto. Se detiene a continuación en su boca, que identifica con una "ardiente flor" que crece alimentada por su piel morena que provoca escalofrío (vv. 15-20).  

El poeta expresa entonces un deseo ("Si el deseo fuera un ala") que queda a medias como expresión de un anhelo imposible; el ala permitiría volar, elevarse por encima de la vulgaridad  y acercaría al poeta a la condición divina del muchacho. A pesar del prodigio que acaba de suceder (el encuentro del poeta con el muchacho cerca de los pinos y el río, vv. 22-24), llegaban a él con su "afán ya caído" (v. 25); es tarde para el poeta, la distancia que lo separa del muchacho es excesiva. 

Sin embargo, el joven representa la verdad de la belleza, del deseo, de esa fuerza que lo empuja a seguir adelante y en la que el poeta pone toda su confianza: "creí en ti, muchachillo" (v. 35). Y ese instante fugaz se graba en la memoria del poeta, que consigue así un "recuerdo único" de su dios (vv. 36-41).

Esa unión final con la naturaleza que rodea el encuentro (las luces del océano, las dunas, el pinar, vv. 42-44) son otra forma de fusión con el muchacho, una especia de panteísmo pagano que une su destino con el del joven dios, al que prefiere por encima de "dioses crucificados, / tristes dioses que insultan / esa tierra ardorosa que te hizo y que te hace". Su rechazo al cristianismo cierra el poema donde Cernuda opta por la adoración de los cuerpos y la belleza. 

Es un poema que canta el atractivo de los cuerpos jóvenes, pero no exalta, como ocurría en Los placeres prohibidos, la unión carnal como síntesis del amor. Aquí el atractivo, la contemplación y la unión con la naturaleza han desplazado en parte esa visión tan básica del deseo para enriquecerla con la búsqueda de la belleza y la fusión con ella.

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