sábado, 8 de diciembre de 2018

VII (de "Primeras poesías")


VII


Existo, bien lo sé,

       porque le transparenta
         el mundo a mis sentidos
      su amorosa presencia.

             Mas no quiero estos muros,
    aire infiel a sí mismo,
          ni esas ramas que cantan
en el aire dormido.

     Quiero como horizonte
  para mi muda gloria
       tus brazos, que ciñendo
  mi vida la deshojan.
Vivo un solo deseo,
       un afán claro, unánime;
     afán de amor y olvido.
      Yo no sé si alguien cae.
        Soy memoria de hombre;
  luego, nada. Divinas,
       la sombra y la luz siguen
  con la tierra que gira.


El séptimo poema de Primeras poesías es la primera poesía añadida a las que originariamente constituían Perfil del aire. Fue escrito en 1926 (es decir, es un texto contemporáneo de los que integran el poemario primitivo) y se publicó por primera vez en la antología La invitación a la poesía, que editó Manuel Altolaguirre en 1933. Estructuralmente sigue la tónica del libro: son cinco cuartetas heptasílabas con rima arrromanzada. Desde el punto de vista métrico, hay que destacar un verso acabado en palabra aguda ("sé", v.1), que suma una sílaba al cómputo (6+1=7), y otro, en palabra esdrújula ("unánime", v. 14), que resta una (8-1=7). La rima asonante de las cuartetas es "e-a" en la primera, "i-o" en la segunda, "o-a" en la tercera, "a-e" en la cuarta e "i-a" en la última.

El poema se relaciona con el final del V. En aquel se reafirmaba la presencia del yo poético, que vuelve a reaparecer en la primera cuarteta de este. La constatación de su existencia viene determinada  por la presencia del mundo, que llega a sus sentidos. Aquí se reconocen ecos de Guillén y de su poema "Presencia del aire". Pero el poeta se aleja del modelo al rechazar el entorno artificial que lo rodea (los muros, y por extensión, la casa, el interior que domina en gran parte de los poemas del libro) así como el entorno natural (las ramas que se mueven en el aire). Son sus únicas experiencias de la vida, su cuarto y el mundo que contempla desde la ventana, y ambas son negadas en favor de otra dirección. 

De nuevo la estrofa central sirve para marcar un cambio dentro del poema: lo que Cernuda claramente manifiesta como deseo es el amor, ese horizonte al que dirige sus esperanzas, representado en esos brazos que lo ciñen como símbolo de la entrega amorosa. Sin embargo, el hecho de que caracterice esa gloria como "muda" implica que no está muy seguro de su éxito o de su duración. De ahí que en la siguiente estrofa manifieste ese deseo que lo mueve, de forma clara y evidente, como "afán de amor y olvido", bien porque tras el amor llegará el olvido, o bien porque no se trate de un amor real sino de un sueño. La última cuarteta contiene la radical conclusión: "Soy memoria de hombre; luego nada". Es decir, el recuerdo de su experiencia y de sus pensamientos es lo que lo define como persona. Más allá de eso, él no es nada. Frente a esta certeza, el tiempo sigue pasando (la sucesión de la luz  y la sombra), el mundo se mantiene girando en su orden "divino", que remite a la primera estrofa, donde el todo se presentaba en plenitud. 

Se trasluce ya en este poema uno de los temas de fondo de La realidad y el deseo: la lucha entre la realidad objetiva y el mundo interior, subjetivo, por el que se decanta el poeta. Cernuda es firme en su decisión; elige en consecuencia lo que considera más importante, aunque eso lleve aparejado el olvido. Hay pues un poso de desengaño a pesar del pretendido optimismo que determina su opción.   

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