martes, 25 de diciembre de 2018

XVIII (de "Primeras poesías")


       XVIII


          Los muros nada más.
      Yace la vida inerte,
     sin vida, sin ruido,
        sin palabras crueles.

      La luz lívida escapa
            y el cristal ya se afirma
             contra la noche incierta,
           de arrebatadas lluvias.

Alzada resucita
       tal otra vez la casa;
               los tiempos son idénticos,
        distintas las miradas.

          ¿He cerrado la puerta?
  El olvido me abre
           sus desnudas estancias
            grises, blancas, sin aire.

    Pero nadie suspira.
              Un llanto entre las manos
      sólo. Silencio; nada.
            La oscuridad temblando.


Cinco cuartetas heptasílabas componen este poema donde se oponen el interior y el exterior de la casa donde se encuentra el poeta. Con la habitual rima arromanzada (asonante en los versos pares), presenta en la primera cuarteta la rima en "e-e", "a-a" en la tercera, "a-e" en la cuarta y "a-o" en la última. En la tercera no hay rima, única excepción de todo el poemario (Cernuda es muy cuidadoso con la rima y con la estructura de los versos). Métricamente, aparece un verso acabado en palabra aguda (v. 1), que suma una sílaba más (6+1 =7) y otro acabado en palabra esdrújula (v. 11), que resta una sílaba (8-1=7); otro procedimiento que no es habitual en Cernuda, la diéresis, aparece en los versos 3 y 4. Esta licencia métrica permite la separación de un diptongo en dos sílabas para mantener la medida de los versos heptasílabos: ("ru-i-do" y "cru-e-les"). En el verso 14 hay también una dialefa que impide la sinalefa por cuestiones rítmicas, al tratarse la segunda de una vocal tónica (me-a-bre).

El poema se abre con un verso rotundo, en forma nominal ("Los muros nada más"), que representa la división entre el exterior y el interior de ese mundo. Dentro queda el espacio sin vida donde se encuentra el poeta, entorno caracterizado por su inanición (incluso se cae en la redundancia "vida inerte / sin vida" de los versos 2-3). Desde el ventanal se contempla el atardecer ("la luz lívida escapa") que dará paso a una noche desconocida que se espera lluviosa ("de arrebatadas lluvias"). 

Este encierro en el que se halla el poeta le hace ver la casa como un espacio que se mantiene inmutable, sin ningún cambio, igual a como era en el pasado. Esa inmovilidad subraya aún más la sensación de prisión que le transmite el edificio, donde solo se altera su percepción del momento ("distintas las miradas"). La insistencia en los tiempos "idénticos" remite a la repetición de ese aislamiento que domina al poeta.

En la cuarta cuarteta el poeta se pregunta si ha cerrado la puerta; la interrogación retórica tiene una doble interpretación. "Cerrar la puerta" supone protegerse en el interior de los peligros externos, pero al mismo tiempo, implica aislarse de cualquier presencia que pueda venir de fuera. En ese sentido hay  que entender los versos siguientes. Al quedar encerrado, el poeta es presa del olvido. Simbólicamente, se convierte en un habitante de esas estancias grises, "sin aire", que son la ausencia de memoria. 

Como consecuencia, al encontrarse dentro, abandonado y sin ser recordado, el poeta descubre que nadie lo acompaña ("pero nadie suspira"). Los tres versos finales recogen su triste reacción: solo puede llorar, con el rostro entre las manos, rodeado de silencio y sombras; concluye así con el doloroso reconocimiento de su soledad, que provoca en él el llanto desesperado.    

Constituye uno de los poemas más acabados del poemario por su sencillez y por la claridad a la hora de exponer los sentimientos del poeta. Cernuda evita las imágenes ingeniosas para ofrecer de forma directa su tristeza y su frustración con un estilo coloquial que prefigura el de sus poemarios de madurez.

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