lunes, 28 de enero de 2019

"Elegía española I" ( de "Las Nubes")


"Elegía española I"

Dime, háblame
Tú, esencia misteriosa
De nuestra raza
Tras de tantos siglos,
Hálito creador                                                      5
De los hombres hoy vivos,
A quienes veo por el odio impulsados
Hasta ofrecer sus almas
A la muerte, la patria más profunda.

Cuando la primavera vieja                                    10
Vuelva a tejer su encanto
Sobre tu cuerpo inmenso,
¿Cuál ave hallará nido
y qué savia una rama
Donde brotar con verde impulso?                          15
¿Qué rayo de la luz alegre,
Qué nube sobre el campo solitario,
Hallarán agua, cristal de hogar en calma
Donde reflejen su irisado juego?

Háblame, madre;                                                 20
y al llamarte así, digo
Que ninguna mujer lo fue de nadie
Como tú lo eres mía.
Háblame, dime
Una sola palabra en estos días lentos.                    25
En los días informes 
Que frente a ti se esgrimen
Como cuchillo amargo
Entre las manos de tus propios hijos.

No te alejes así, ensimismada                                30
Bajo los largos velos cenicientos
Que nos niegan tus anchos ojos bellos.
Esas flores caídas,
Pétalos rotos entre sangre y lodo,
En tus manos estaban luciendo eternamente           35
Desde siglos atrás, cuando mi vida
Era un sueño en la mente de los dioses.

Eres tú, son tus ojos lo que busca
Quien te llama luchando con la muerte,
A ti, remota y enigmática                                       40
Madre de tantas almas idas
Que te legaron, con un fulgor de piedra clara,
Su afán de eternidad cifrado en hermosura.


Pero no eres tan sólo
Dueña de afanes muertos;                                      45
Tierna, amorosa has sido con nuestro afán viviente,
Compasiva con nuestra desdicha de efímeros.
¿Supiste acaso si de ti éramos dignos?

Contempla ahora a través de las lágrimas:

Mira cuántos traidores,                                           50
Mira cuántos cobardes
Lejos de ti en fuga vergonzosa,
Renegando tu nombre y tu regazo,
Cuando a tus pies, mientras la larga espera,
Si desde el suelo alzamos hacia ti la mirada,            55
Tus hijos sienten oscuramente
La recompensa de estas horas fatídicas.

No sabe qué es la vida
Quien jamás alentó bajo la guerra.
Ella sobre nosotros sus alas densas cierne,              60
y oigo su silbo helado,
y veo los muertos bruscos
Caer sobre la hierba calcinada,
Mientras el cuerpo mío
Sufre y lucha con unos enfrente de esos otros.        65

No sé qué tiembla y muere en mí
Al verte así dolida y solitaria,
En ruinas los claros dones
De tus hijos, a través de los siglos;
Porque mucho he amado tu pasado,                       70
Resplandor victorioso entre sombra y olvido.

Tu pasado eres tú
Y al mismo tiempo es
La aurora que aún no alumbra nuestros campos.
Tú sola sobrevives.                                               75
Aunque venga la muerte;
Sólo en ti está la fuerza
De hacernos esperar a ciegas el futuro.

Que por encima de estos yesos muertos
Y encima de estos yesos vivos que combaten,         80
Algo advierte que tú sufres con todos.
Y su odio, su crueldad, su lucha,
Ante ti vanos son, como sus vidas,
Porque tú eres eterna
Y sólo los creaste                                                  85
Para la paz y gloria de su estirpe.


Escrito en Valencia entre el 25 y el 27 de febrero de 1927, su título original era "Elegía española 1937". Al incluirlo en La realidad y el deseo, Cernuda elimina la referencia temporal, decisión que también toma con otros poemas de la serie para evitar cualquier lectura circunstancial y lograr un acercamiento mucho más global.  

El poeta dirige un lamento a España, personalizado en la figura de una mujer. El poeta empieza indagando por cuál es la esencia misteriosa de su raza, de tantos siglos de historia, y que está inmersa en una lucha fraticida (vv. 1 -9). A causa de esa guerra, el poeta duda que al llegar la primavera se encuentre ningún recurso (nido, rama, savia, rayo de luz, nube, agua) que pueda favorecer el resurgimiento de la vida (vv. 10-19).

España se presenta como madre, pues el poeta afirma que ninguna otra mujer puede ser más madre que la propia patria. Le pide una palabra, una respuesta en esos días de conflicto en los que sus hijos se enfrentan con "cuchillo  amargo" (vv. 20-29). Le pide a la patria que no se aleje, que no retire su vista benefactora; su protección había antes mantenido con vida a todos esos muertos ("flores caídas") que formaban parte del país desde hacía siglos, mucho antes de nacer él (vv. 30-37).

Aquellos que mueren por España es a ella a quien buscan; por ella sacrifican su existencia, "su afán de eternidad" (vv. 38-43). Pero no solo del destino de los muertos es ella responsable; lo ha sido también del de los vivos durante mucho tiempo, y fue compasiva ante sus desdichas aunque ellos no fueran dignos de ella (vv. 44-48).

Le pide que vea a través de las lágrimas la gran cantidad de traidores a la patria que han huido de ella, y que no olvide a los que permanecen a su lado, que sienten con ello la recompensa de compartir los momentos difíciles (vv. 49-57).

Solo entiende lo que es la vida quien ha vivido la guerra, y el poeta sufre bajo su trágico dominio la muerte a su alrededor y el enfrentamiento de unos con otros; Cernuda lo expresa con acierto a través de la imagen de los cuerpos, que permite marcar una distancia y mostrar que no hay diferencia entre las personas de uno y otro bando: "mientras el cuerpo mío / sufre y lucha con unos enfrente de esos otros" (vv. 58-65).   

El poeta sufre al ver su patria en ruinas, destruida y sola, porque él amaba su pasado, "resplandor victorioso entre sombra y olvido" (vv. 66-71). Identifica a la patria con su pasado, con todo lo que ha sido, y al mismo tiempo con el futuro, "la aurora que aún no alumbra nuestros campos". Únicamente la patria tiene la capacidad de generar esperanza en sus habitantes (vv. 72-78).

Cernuda concluye que España sufre por todos, los vivos y los muertos a ambos lados de la contienda, y que todo el odio y la ira que desperdician en el combate son insignificantes para ella, que está por encima de eso; ella los creó "para la paz y gloria de su estirpe" (vv. 79-86).

Es evidente el tono elegíaco por la crueldad que se está viviendo en España, y Cernuda denuncia las muertes inútiles que el enfrentamiento se está cobrando; pero no lo hace cargando contra un solo bando, sino que, a través de la personificación de España, consigue transmitirnos que para ella (y por extensión, para él mismo) da igual la bandera bajo la que luchen los caídos. Para él es mucho más importante la salvaguardia de la raza española, que garantiza la "gloria de su estirpe". El pasado al que apela el poeta (pasado mítico de grandeza artística) es el que debe prevalecer, para que se reproduzca en futuras generaciones. Aparecen así en el poema las dos visiones de España que hemos comentado en la introducción: la crítica a la Guerra Civil y la exaltación de la imagen idealizada de la patria.  

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