"Oda"
La tristeza sucumbe, nube impura,
alejando su vuelo con sombrío
resplandor indolente, languidece,
perdiéndose a lo lejos, leve, oscura.
El furor implacable del estío 5
toda la vida espléndida estremece
y profunda la ofrece
con sus felices horas,
sus soles, sus auroras,
delirante, azulado torbellino. 10
Desde la luz, el más puro camino,
con el fulgor que pisa compitiendo,
vivo, bello y divino,
un joven dios avanza sonriendo.
¿A qué cielo natal ajeno, ausente 15
le niega esa inmortal presencia esquiva,
ese contorno tibiamente pleno?
De mármol animado, quiere y siente;
inmóvil, pero trémulo, se aviva
al soplo de un purpúreo anhelar lleno. 20
El dibujo sereno
del desnudo tan puro,
en un reflejo duro,
con sombra y luz acusa su reposo.
Y levantando el bulto prodigioso 25
desde el sueño remoto donde yace,
destino poderoso,
a la fuerza suprema firme nace.
Pero ¿es un dios? El ademán parece
romper de su actitud la pura calma 30
con un gesto de muda melodía,
que luego, suspendido, no perece;
silencioso, mas vivido, con alma,
mantiene sucesiva su armonía.
El dios que traslucía 35
ahora olvidado yace;
eco suyo, renace
el hombre que ninguna nube cela.
La hermosura diáfana no vela
ya la atracción humana ante el sentido; 40
y su forma revela
un mundo eternamente presentido.
Qué prodigiosa forma palpitante,
cuerpo perfecto en el vigor primero,
en su plena belleza tan humano. 45
Alzando su contorno triunfante,
sólido, sí, mas ágil y ligero,
abre la vida inmensa ante su mano.
Todo el horror en vano
a esa firmeza entera 50
con sus sombras quisiera
derribar de tan fúlgida armonía.
Pero, acero obstinado, sólo fía
en sí mismo ese orgullo tan altivo;
claramente se guía 55
con potencia admirable, libre y vivo.
Cuando la fuerza bella, la destreza
despliega en la amorosa empresa ingrata
el cuerpo; cuando trémulo suspira;
cuando en la sangre, oculta fortaleza, 60
el amor desbocado se desata,
el labio con afán ávido aspira
la gracia que respira
una forma indolente;
bajo su brazo siente 65
otro cuerpo de lánguida blancura
distendido, ofreciendo su ternura,
como cisne mortal entre el sombrío
verdor de la espesura,
que ama, canta y sucumbe en desvarío. 70
Mas los tristes cuidados amorosos
que tercamente la pasión reclama
de quien su vida en otras manos deja,
el tierno lamentar, los enojosos
hastíos escondidos del que ama 75
y tantas lentas lágrimas de queja,
el azar firme aleja
de este cuerpo sereno;
a su vigor tan pleno
la libertad conviene solamente, 80
no el cuidado vehemente
de las terribles y fugaces glorias
que el amor más ardiente
halla en fin tras sus débiles victorias.
Así en su labio enamorada nace 85
sonrisa luminosa, dilatando
por el viril semblante la alegría.
Y la antigua tristeza ya deshace,
desde el candor primero gravitando,
la amargura secreta que nutría. 90
El cuerpo ya desvía
la natural crudeza
en hermosa destreza
que por los tensos músculos remueve.
Y a la orilla cercana, al agua leve, 95
la forma tras su extraña imagen salta,
relámpago de nieve
bajo la luz difusa de tan alta.
Sonriente, dormida bajo el cielo,
soñaba el agua y transcurría lenta, 100
idéntica a sí misma y fugitiva.
Mas en tumulto alzándose, en revuelo
de rota espuma, al nadador ostenta
ingrávido en su fuga a la deriva.
Y la forma se aviva 105
con reflejos de plata:
Ata el río y desata,
en transparente lazo mal seguro,
aquel rumbo veloz entre su oscuro
anhelar ya resuelto en diamante. 110
La luz, esplendor puro,
cálida envuelve al cuerpo como amante.
Un frescor sosegado se levanta
hacia las hojas desde el verde río
y en invisible vuelo se diluye. 115
La sombra misteriosa ya suplanta,
entre el boscaje ávido y sombrío,
a la luz tan diáfana que huye.
Y la corriente fluye
con su rumor sereno; 120
todo el cielo está lleno
del trinar que algún pájaro desvela.
El bello cuerpo en pie, desnudo cela,
bajo la rama espesa, entretejida
como difícil tela, 125
su cegadora nieve estremecida.
Oh nuevo dios. Con deslumbrante brío
al crepúsculo vuelve vagoroso
su perezosa gracia seductora.
Todo el fúlgido encanto del estío 130
el fatigado bosque rumoroso
en reposo vacío lo evapora.
Vana y feliz, la hora
al sopor indolente
se abandona; no siente 135
su silenciosa y lánguida hermosura.
Por la centelleante trama oscura
huye el cuerpo feliz casi en un vuelo,
dejando la espesura
por la delicia púrpura del cielo. 140
El poema se titulaba en su primera redacción "Oda a George O'Brien", un famoso actor de cine mudo que gozaba de gran éxito a finales de los años 20. La eliminación de la referencia al actor está en la misma línea de la que señalamos en el poema "Homenaje" (se borró la dedicatoria a Fray Luis de León), que buscaba evitar la particularidad del tema para crear una visión más universal.
La tristeza del poema anterior (y por extensión, la melancolía de Primeras poesías) desaparece para enaltecer la figura del actor, convertido en objeto del deseo del poeta. Ya en los primeros versos se anuncia la fuga de la tristeza, "nube impura", que se aleja llevándose la oscuridad que le acompaña (vv.1-4). A ello se opone la fuerza del verano, que llega aportando luz, calor y alegría (vv. 5-10), en una tópica utilización de las estaciones como símbolo de los sentimientos. En medio de la deslumbrante claridad del verano "vivo, bello y divino, / un joven dios avanza sonriendo". El joven al que se dedica la oda se muestra así con atributos de dios, como si su belleza y su atractivo (su condición de estrella cinematográfica) lo convierta en un ser inalcanzable para el resto de los mortales.
La mistificación del personaje se agranda al hablar de su origen celestial (vv. 15-17), un cielo del que se halla ausente y al que le niega el placer de contar con su presencia. Su cuerpo se presenta con la grandeza de una estatua de mármol (los dioses y los héroes eran representados así), pero dotado de vida ("quiere y siente"); la imagen de la estatua se amplía con la referencia al mito de Pigmalión al insinuar que esa escultura "se aviva / al soplo de un purpúreo anhelar lleno", el soplo de la energía del deseo. Cernuda se deleita en describir el contorno de su figura, resaltada en el contraluz (vv.21-24), y cuando se levanta del sueño, su cuerpo monumental ("bulto prodigioso") irrumpe con fuerza (vv. 25-28).
El poeta se cuestiona el carácter divino del aquel hombre, cuyos movimientos armónicos le causan admiración (vv. 29-34). Se convence entonces de su condición humana, aunque su grandiosidad hace pensar en un dios ("eco suyo"), especialmente por su capacidad de mantener alejada la tristeza (la "nube" que aparecía al principio del poema). Pero a pesar de su belleza, que hacía pensar en un ser superior, sus cualidades lo definen claramente como humano (vv. 39-42).
Cernuda exalta el cuerpo vigoroso, pleno de energía y belleza (vv. 43-49), que ninguna fuerza podrá derribar (vv. 49-52) pues se basta con su poder y su seguridad en sí mismo (vv. 53-56). A continuación describe con detalle el momento del encuentro erótico, que resalta el vigor de él (vv. 57-64) por encima de la actitud pasiva del otro cuerpo ("otro cuerpo de lánguida blancura"), que parece ser femenino aunque no se precise. Hay una nueva referencia mitológica velada en ese "cisne mortal" (v. 68) que remite al mito de Leda y el cisne, donde el animal adquiere connotaciones sexuales, al igual que en el pasaje de Cernuda.
Tras el encuentro amoroso, ese cuerpo idealizado se aleja de las muestras de cariño, las exigencias, las recriminaciones (vv. 71-78) porque él es un ser libre que no busca fidelidad tras la consumación de su pasión erótica (vv.79-84). Una sonrisa ilumina su cara, que disipa cualquier resto de la anterior tristeza, desaparecida con la obtención del placer (vv. 85-90). Pero su vigor necesita más actividad (vv. 91-94) y se lanza al agua donde se confunde con su reflejo (vv. 95-98).
La naturaleza parece adquirir vida para poder admirar y contemplar el cuerpo vigoroso; por un lado, el agua donde nada (antes tranquila y sosegada), se vuelve un tumulto de olas y espuma provocado por el movimiento del nadador (vv. 99-104). Sus rápidos saltos en el agua simulan lazos que atan y desatan al agua (al subir y bajar), en una imagen muy plástica que refleja su movimiento impetuoso (vv. 105-110). Del mismo modo, la luz del sol envuelve al cuerpo con el cuidado de un amante, dotándola de cualidades humanas. Las imágenes del agua juegan además con las connotaciones que el reflejo guarda con el mito de Narciso, que Cernuda utilizó en varias ocasiones el Primeras poesías y que puede entenderse como una representación del amor homosexual.
El cuerpo sale del agua y se refugia a la sombra de los árboles (vv. 113-118). El río se queda tranquilo y se escucha el trinar de un pájaro (vv. 119-122). A la sombra del árbol, el cuerpo desnudo deslumbra con su blancura de nieve (vv. 123-126). Ahora vuelve a ser saludado como un dios, y su encanto seductor se extiende por el atardecer (vv. 127-129). Es el momento de máxima indolencia (de nuevo se vale del adjetivo "indolente" para describir ese instante de hastío, abandono y languidez que caracteriza el paso del día a la noche), que pasa sin que apenas se note su encanto. El cuerpo se marcha de prisa, "casi en un vuelo", abandonando el bosque para dirigirse al cielo de color púrpura (debido al ocaso) al que pertenece por su condición de dios (vv. 137-140).
La sensualidad es uno de los rasgos más sobresalientes de este poema que, inspirado en modelos de belleza clásicos (estatuas de dioses desnudos) se actualiza a través de la identificación con una estrella de cine que simboliza el objeto del deseo del poeta.
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