Yo no te conocía, tierra;
con los ojos inertes, la mano aleteante,
lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa,
aunque, alentar juvenil, sintiera a veces
un tumulto sediento de postrarse, 5
como huracán henchido aquí en el pecho;
ignorándote, tierra mía,
ignorando tu alentar, huracán o tumulto,
idénticos en esta melancólica burbuja que yo soy
a quien tu voz de acero inspirara un menudo vivir. 10
Bien sé ahora que tú eres
quien me dicta esta forma y este ansia;
sé al fin que el mar esbelto,
la enamorada luz, los niños sonrientes,
no son sino tú misma; 15
que los vivos, los muertos,
el placer y la pena,
la soledad, la amistad,
la miseria, el poderoso estúpido,
el hombre enamorado, el canalla, 20
son tan dignos de mí como de ellos yo lo soy;
mis brazos, tierra, son ya más anchos, ágiles,
para llevar tu afán que nada satisface.
El amor no tiene esta o aquella forma,
no puede detenerse en criatura alguna; 25
todas son por igual viles y soñadoras.
Placer que nunca muere
beso que nunca muere,
sólo en ti misma encuentro, tierra mía.
Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos, 30
rizosos o lánguidos como una primavera,
sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos
que tanto he amado inútilmente,
no es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra,
en la tierra que aguarda, aguarda siempre 35
con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.
Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes
este mundo divino que ahora es mío,
mío como lo soy yo mismo,
como lo fueron otros cuerpos que estrecharon mis brazos, 40
como la arena, que al besarla los labios
finge otros labios, dúctiles al deseo,
hasta que el viento lleva sus mentirosos átomos.
Como la arena, tierra,
como la arena misma, 45
la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira.
Tú sola quedas con el deseo,
con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío,
sino el deseo de todos,
malvados, inocentes, 50
enamorados o canallas.
Tierra, tierra y deseo.
Una forma perdida.
El poema que cierra el libro (y que carece de numeración, lo que muestra que de manera consciente Cernuda no lo consideró el XVII de la serie sino una especie de epílogo), es el único con título (a excepción del XIII que lleva como subtítulo "Mi arcángel"). El poema está dedicado al poeta y amigo de Cernuda Bernabé Fernández-Canivell, única dedicatoria que aparece en la 1ª edición del poemario (aunque en ediciones posteriores también dedicará el poema XIV a Manuel Altolaguirre y Concha Méndez).
El estilo del poema se aleja del empleado en los poemas anteriores, y anticipa el que usará en Invocaciones. Ya comentamos Agustín Delgado veía en este poema un "final-puente" con el libro posterior. Derek Harris lo describe como un "estilo de declaración y no de sugestión, que testimonia una intención de analizar la experiencia y no solamente relatarla".
Es el poema más largo del libro, y su título hace referencia las luchas internas de Cernuda con los "fantasmas del deseo", como él mismo recoge en su diario de viaje. El poema es un regreso a la materia, a la tierra, a la que se dirige desde el primer verso. Cernuda ha vivido ciego hasta ese momento y no había percibido la fuerza de la tierra, que lo ha rodeado siempre aunque él solo lo notara a veces, de manera velada ("aunque, alentar juvenil, sintiera a veces, un tumulto sediento de postrarse" vv. 4-5)) porque estaba encerrado en su propio mundo ("melancólica burbuja", v. 9).
Tras las referencias al agua, al aire o al fuego que aparecían en otros poemas de la serie, el poeta concluye que el elemento dominante que los contiene a todos es la tierra: "Sé al fin que el mar esbelto / la enamorada luz, los niños sonrientes, / no son sino tú misma" (vv. 13-15). La tierra es una fuerza cósmica que unifica a los hombres y que se asocia con el deseo: "que los vivos, los muertos, / el placer y la pena, / la soledad, la amistad, / la miseria, el poderoso estúpido, /el hombre enamorado, el canalla, / son tan dignos de mí como de ellos yo lo soy (vv. 16-21).
La consecuencia de esto es que el amor carece de una forma definida y no se trata de una pasión individualizada sino de una fuerza integradora que nos une con el mundo (vv. 24-29). El deseo que Cernuda ha sentido hasta entonces por los cuerpos jóvenes, radiantes de energía y de distintas apariencias (rubios, morenos, con el pelo rizado o liso, vv. 30-33) era en realidad un reflejo de la vitalidad de la tierra, que a través de ellos se manifestaba, y que nos aguarda "con sus brazos abiertos" (vv. 34-36).
Hay un claro deseo de fusión con la tierra, con la naturaleza, que volverá a aparecer en varios poemas de Invocaciones. Esto también lo toma Cernuda de Bécquer; véase las palabras que le dedica a este tema en su ensayo sobre el poeta romántico: "Bécquer es sin duda un poeta excesivamente individualista; no obstante, alienta en él a veces un afán que le arrastra hacia la naturaleza, con las olas, con las nubes, deseando disolverse en el aire, lejos de la memoria, del olvido, de todo lo creado". Ese mismo impulso de fusión con el universo lo manifiesta el poeta en los versos siguientes (vv. 37-40), pero introduce una interesante reflexión sobre la arena, que "al besarla los labios, / finge otros labios, dúctiles al deseo, / hasta que el viento lleva sus mentirosos átomos" (vv. 41-43). La arena es una materia cambiante, como los sentimientos, de ahí que se considere mentira, como la caricia, el amor y la amistad (vv. 44-46). La mentira es además uno de los rasgos del ser humano, que lo diferencia de los animales, como el propio Cernuda defiende: "La mentira, único patrimonio del hombre, lo único que en definitiva es propiamente suyo".
Si los sentimientos son mentira, solo queda entonces el deseo, pero un deseo que, como el poeta ha defendido, es de todos y no solo de él, independientemente de su condición o situación (vv. 47-51). En los dos versos finales insiste en esta correspondencia entre tierra y deseo, "una forma perdida" porque no posee una única apariencia y se corresponde con el todo.
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