domingo, 13 de enero de 2019

"Égloga" (de "Égloga, Elegía, Oda")



“Égloga"

Tan alta, sí, tan alta
en revuelo sin brío,                        
la rama el cielo prometido anhela,
que ni la luz asalta
este espacio sombrío                                  5
ni su divina soledad desvela.
Hasta el pájaro cela
al absorto reposo
su delgada armonía.
¿Qué trino colmaría,                                   10
en irisado rizo prodigioso
aguzándose lento,
como el silencio solo y sin acento?

 Sólo la rosa asume
una presencia pura                                     15
irguiéndose en la rama tan altiva,
o equívoca se sume
entre la fronda oscura,
adolescente, esbelta, fugitiva.
Y la rama no esquiva                                  20
la gloria que la viste
aunque el peso la enoja;
ninguna flor deshoja,
sino ligera, lánguida resiste,
con airoso desmayo,                                  25
los dones que la brinda el nuevo mayo.

Si la brisa estremece
en una misma onda
el abandono de los tallos finos,
ágil tropel parece                                      30
tanta rosa en la fronda
de cuerpos fabulosos y divinos;
rosados torbellinos
de ninfas verdaderas
en fuga hacia el boscaje.                           35
Aún trémulo el ramaje,
entre sus vueltas luce, prisioneras
de resistente trama,
las que impidió volar con tanta rama.

Entre las rosas yace                                  40
el agua tan serena,
gozando de sí misma en su hermosura;
ningún reflejo nace
tras de la onda plena,
fría, cruel, inmóvil de tersura.                    45
Jamás esta clausura
su elemento desata;
sólo copia del cielo
algún rumbo, algún vuelo
que vibrando no burla tan ingrata              50
plenitud sin porfía.
Nula felicidad; monotonía.

Se sostiene el presente,
olvidado en su sueño,
con un ágil escorzo distendido.                  55
Delicia. Dulcemente,
sin deseo ni empeño,
el instante indeciso está dormido.
¿Y ese son atrevido
que desdobla lejano                                 60
alguna flauta impura?
Con su lluvia tan dura
ásperamente riega y torna cano
al aire de esta umbría
esa indecisa, vana melodía.                      65

Acaso de algún eco
es riqueza mentida
ese vapor sonoro; fría vena
que en un confuso hueco
sus hielos liquida                                     70
y a la fronda tan muda así la llena.
Esta música ajena
entre las cañas yace,
y el eco, con su ala,
del labio que la exhala,                            75
adonde clara, puramente nace.
Hurtándola, la cede
al aire que tan vano le sucede.

Idílico paraje   
de dulzor tan primero.                             80
Nativamente digno de los dioses.
Mas ¿qué frío celaje
se levanta ligero,
en cenicientas ráfagas veloces?
Unas secretas voces                                85
este júbilo ofenden
desde gris lontananza;
con estéril pujanza
otras pasadas primaveras tienden,
hasta la que hoy respira,                        90
una tierna fragancia que suspira.

Y la dicha se esconde;
su presencia rehuye
la plenitud total va prometida.
Infiel de nuevo, ¿adonde                        95
turbadamente huye,
impaciente, entrevista, no rendida?
Está otra vez dormida,
en promesa probable
de inminente futuro.                             100
Y deja yerto, oscuro,
este florido ámbito mudable,
a quien la luz asiste
con un dejo pretérito tan triste.

Sobre el agua benigna,                         105
melancólico espejo
de congeladas, pálidas espumas,
el crepúsculo asigna
un sombrío reflejo
en donde anega sus inertes plumas.      110
Cuánto acercan las brumas
el infecundo hastío;
tanta dulce presencia 
aún próxima, es ausencia
en este instante plácido y vacío,            115
cuando, elevado monte,
la sombra va negando el horizonte.

Silencio. Ya decrecen
las luces que lucían.
Ni la brisa ni el viento al aire oscuro      120
vanamente estremecen
con sus ondas, que abrían
surcos tan indolentes de azul puro.
¿Y qué invisible muro
su frontera más triste                          125
gravemente levanta?
El cielo ya no canta,
ni su celeste eternidad asiste
a la luz y a las rosas,
sino al horror nocturno de las cosas.     130


La crítica ha destacado la presencia de Garcilaso y Mallarmé en este poema. Cernuda toma del poeta castellano el género (la égloga; en concreto, se inspira en la Égloga II y III, según Correa) y la estrofa (la silva), siguiendo su modelo así como su depuración del lenguaje. Garcilaso fijó en castellano la silva (combinación de versos endecasílabos y heptasílabos con rima consonante a gusto del poeta) como vehículo para la égloga, composición de tradición latina protagonizada por pastores, que en un entorno bucólico e idealizado, hablan de sus penas de amor. Además del tema y del metro, algo más interesaba a Cernuda y que hacía al castellano mucho más atrayente que Góngora, que era en ese momento de celebración el modelo para los grandes poetas del 27: la melancolía de Garcilaso, que estaba más cerca a su sensibilidad que los prodigios lingüísticos de Góngora. Es llamativo que en pleno auge del poeta barroco, Cernuda se vuelva hacia el modelo renacentista, con el que se siente más identificado. Aunque participó en la celebración del tricentenario y aportó un poema de homenaje (“Solo escollos de sombra, débilmente”) que la revista Litoral editó en 1927, estilísticamente se sentía más afín al modelo del toledano. Los poemas escritos por aquel entonces (tras la publicación de Perfil del aire) son cuartetos endecasílabos que sirven de puente entre las cuartetas de Perfil del aire y las estrofas empleadas en Égloga, Elegía, Oda. De hecho, Cernuda expresará en privado su escaso interés por la obra del cordobés y la sorpresa que le genera la “incomprensiva admiración” suscitada en torno a él.

Mallarmé se destila en el poema de Cernuda a través de dos fuentes: por un lado, la famosa égloga del francés L'après-midi d'un faune; por otro, su concepción de la poesía, simbolizada en la rosa que aparece en el texto del sevillano. La depuración estilística ha sido señalada por Ricardo Gullón: la rosa es una “presencia pura” que no se caracteriza por sus habituales atributos de color, forma u olor. La rosa se ha convertido en una presencia abstracta que es definida por el conjunto al que pertenece.

Los versos 1-26 del poema describen el movimiento que tiende hacia arriba y que se lee ya en el primero (“Tan alta, sí, tan alta”) como símbolo del deseo de elevación. La rama alta se encuentra protegida por la sombra de la vegetación y se mantiene alejada de la luz del sol. Hasta el pájaro calla para no alterar la paz del momento. La rosa, orgullosa, se eleva en la rama, que siente el peso de la flor pero no se resiente por ello; al contrario, acepta con gratitud “los dones que le brinda el nuevo mayo”, la floración que llega con la primavera.

La plástica vivacidad del poema se aprecia en el siguiente fragmento (versos 27-39): el viento mueve las ramas finas del rosal y el movimiento de las rosas recuerda a la fuga de las ninfas que corren a esconderse en el bosque. Las rosas no han volado porque la densidad de las ramas ha impedido que las flores cayeran con la fuerza del viento.

El agua ocupa el siguiente pasaje (versos 40-52). En medio de las rosas hay un pequeño lago, representación de Narciso (“el agua tan serena, / gozando de sí misma en su hermosura”), tema que además ya había aparecido en algunos poemas de Primeras poesías. Nada altera la placidez del agua, que se mantiene inmóvil. Únicamente algún ave que cruza el cielo rompe el vacío de su reflejo (“algún rumbo, algún vuelo”) sin que por ello altere la esterilidad de su superficie, dominada por el aburrimiento (“nula felicidad; monotonía”).

El sueño es también un motivo que aparece en las églogas garcilasianas (los pastores creen soñar) y en el poema de Mallarmé se recoge explícitamente “Aimai-je un rêve?”; en el texto de Cernuda, el presente se eterniza en el sueño, cuya somnolencia contagia el instante de delicia. Pero se oye a lo lejos el sonido de una flauta doble (de nuevo, referencia a L'après-midi) que quiebra el silencio del momento y llena el bosque de melodía. Cernuda se detiene en presentar el movimiento del sonido, que pasa del labio que sopla en el instrumento a ocupar el aire, antes vacío. (versos 53-78). Es un pasaje de gran plasticidad y de una sobriedad muy expresiva. 

Este espacio idílico, digno de los dioses por su belleza, de repente se cubre de nubes. El viento interrumpe con su aullido, quebrando la paz de la tarde (“Y la dicha se esconde”). La promesa de un escenario perfecto, insinuada a lo largo de todo el poema, desaparece súbitamente, llenando de tristeza a la presencia poética. Esta idea se desarrolla a lo largo de esta sección (versos 79-104).

De nuevo aparece el agua, “melancólico espejo” donde poco a poco se va oscureciendo el reflejo de la tarde. La luz que llega débilmente desaparece por completo a causa de los montes que al atardecer sumen en sombras el lugar; el paso de la luz a la oscuridad es súbito por efecto de esos obstáculos (versos 105-117). Ya todo es silencio y oscuridad en la espesura, ha llegado “el horror nocturno de las cosas” la rosa y la luz se han desvanecido por completo.

Esta visión idealizante de la naturaleza guarda relación con algunos poemas de Primeras poesías, y al igual que ocurría en aquel poemario, llama la atención la ausencia de figuras humanas a lo largo del poema. No hay tampoco presencia del yo lírico, pues en ningún verso se marca la presencia en primera persona, lo que aumenta el distanciamiento entre ese paisaje y el lector. 

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