sábado, 12 de enero de 2019

XXIII (de "Primeras poesías")


     XXIII


        Escondido en los muros 
     este jardín me brinda 
       sus ramas y sus aguas 
de secreta delicia. 

   Qué silencio. ¿Es así 
          el mundo?... Cruz al cielo 
  desfilando paisajes, 
     risueño hacia lo lejos. 

         Tierra indolente. En vano 
       resplandece el destino. 
         Junto a las aguas quietas 
         sueño y pienso que vivo. 

     Mas el tiempo ya tasa 
      el poder de esta hora; 
 madura su medida, 
       escapa entre sus rosas. 

     Y el aire fresco vuelve 
     con la noche cercana, 
   su tersura olvidando 
      las ramas y las aguas. 



El último poema de Perfil del aire conserva su posición final en la revisión de Primeras poesías. Las modificaciones hechas al texto son mínimas: la supresión de algunos signos de exclamación en los v. 5 y 9, pequeños cambios de puntuación y la matización en una preposición. Cernuda no lo alteró demasiado porque se trataba de uno de los mejores textos de su libro y no requería muchas revisiones. Para Ricardo Gullón es uno de los mejores poemas del libro, que resume su espíritu y concentra a modo de síntesis algunos de sus tópicos. En su primera edición, el poema estaba dedicado a Jorge Guillén, pero tras la polémica con los críticos, desaparece en todas las versiones posteriores la dedicatoria.

De nuevo Cernuda recurre a cinco cuartetas heptasílabas (es la estrofa más utilizada en el poemario) para dar cierre al libro y proponer una salida al conflicto que ha planteado en poemas anteriores. A lo largo de todas las “Primeras poesías” el autor ha mostrado la confrontación entre el mundo natural, exterior, y el espacio cerrado, interior, de la habitación donde se encuentra. Por primera vez nos encontramos ante una solución intermedia: los muros del jardín. El poeta no se halla recluido en su cuarto en penumbra, sino que se “esconde” (la utilización del verbo no es casual) tras los muros del jardín, que le ofrecen “sus ramas y sus aguas / de secreta delicia”. Es evidente que ante el conflicto entre esos dos mundos, Cernuda opta por quedarse en un espacio creado para su diversión, un paraíso artificial donde disfruta de sus placeres ocultos. Este jardín puede entenderse como un espacio real (un jardín donde gozar de la naturaleza en paz y sosiego) y al mismo tiempo, como un espacio simbólico, una representación de ese mundo creado a su medida donde sus sueños puedan materializarse.

Sin embargo, ese jardín es un entorno ficticio, no es el mundo real. La pregunta que abre la segunda cuarteta (“¿Es así / el mundo?”) evidencia que el poeta sabe que todo no es más que un espejismo. En el silencio de su jardín, contempla el cielo y el movimiento de las nubes, aunque sabe que no es más que una ilusión. Esto se patentiza en la cuarteta siguiente: “Junto a las aguas quietas / sueño y pienso que vivo”. Las aguas quietas son símbolo de su inactividad, y el poeta reconoce que todo se trata de un fingimiento, una posición pasiva ("sueño") aunque crea que con ello está actuando ("pienso que vivo"). Además, en el verso anterior se ha hecho referencia de nuevo a la indolencia (uno de los adjetivos que más se repiten a lo largo del poemario y que describe a la perfección su estado de ánimo), pues en el fondo no se resiste a aceptar la derrota: "En vano /resplandece el destino", el poeta aún tiene esperanzas de que en un futuro se cumplan sus deseos, aunque de momento sea inalcanzable. 

La tercera y cuarta cuarteta son la demostración de que ese espacio de reclusión no es totalmente ajeno a cuanto sucede en el exterior, más allá de los muros: "el poder de esta hora" (se refiere a esos momentos de gozosa contemplación dentro del jardín), es por desgracia "tasado" (es decir, limitado) por el tiempo. El paso del tiempo trae de forma inevitable la fugacidad de ese momento de paz, y los versos siguientes insisten en esa idea: "madura su medida / escapa entre sus rosas". El tiempo "madura" (adquiere plenitud y con ello acaba) y huye. 

La noche se acerca con su "aire fresco" (no se describe la noche de manera negativa), y en esos momentos, se olvidan ya las ramas y el agua del jardín. Las promesas que la noche traía en los primeros poemas del libro (recuérdese los poemas I y III, por ejemplo) vuelven a aparecer aquí. El poeta, que se ha entretenido con la belleza del jardín y sus "secretas delicias", vuelve de nuevo los ojos hacia la noche, espacio de esperanza y posibilidades donde encontrar la realización de sus deseos.

De ese modo, la defensa que se hace de su escondite (el jardín en el que se refugia) se desvanece con la llegada de la noche para buscar el aire fresco de sus inclinaciones. El poeta es consciente de su refugio, pero es feliz en ese reducto que se ha construido para sobrevivir entre la realidad y el deseo.

Es evidente que el tono del poema, que se acerca cada vez más a la voz poética que Cernuda desarrollará en su obra posterior, está ya lejos de Jorge Guillén, influencia que si bien es cierto que podemos reconocer en algunos poemas del libro (como ya hemos señalado), no es ni constante ni única ni definitiva. Este cierre es ejemplar para mostrar las evidentes diferencias entre ambos poetas, y puede entenderse que Cernuda eliminara la dedicatoria al frente de este texto para subrayar las divergencias entre ambos.

Como último apunte, señalamos una curiosidad. El jardín que se describe en el poema, como demuestra Derek Harris, está inspirado en un espacio real. Se trata de los jardines del Alcázar de Sevilla, donde Cernuda se retiraba a leer, descansar y meditar en la calma de la tarde. El propio autor dedica otro texto al jardín en su libro Ocnos titulado "Jardín antiguo", que describe igualmente la impresión que causaba en él ese oasis de paz en medio de la ciudad, donde se dejaba llevar por las ensoñaciones de su imaginación.     

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