domingo, 20 de enero de 2019

La canción del oeste (de "Un río, un amor")



"La canción del oeste"

Jinete sin cabeza,
jinete como un niño buscando entre rastrojos
llaves recién cortadas,
víboras seductoras, desastres suntuosos,
navíos para tierra lentamente de carne,
de carne hasta morir igual que muere un hombre.

A lo lejos
una hoguera transforma en ceniza recuerdos,
noches como una sola estrella,
sangre extraviada por las venas un día,
furia color de amor,
amor color de olvido,
aptos ya solamente para triste buhardilla.

Lejos canta el oeste,
aquel oeste que las manos de antaño
creyeron apresar como el aire a la luna;
mas la luna es madera, las manos se liquidan
gota a gota idénticas a lágrimas.

Olvidemos pues todo, incluso al mismo oeste;
olvidemos que un día las miradas de ahora
lucirán a la noche, como tantos amantes,
sobre el lejano oeste,
sobre amor más lejano.



Ya hemos comentado que los espacios lejanos simbolizan en este libro una evasión, una representación del paraíso en la medida que son lugares desconocidos por el poeta, que los conoce solo  a través de la idealización de la literatura o el cine. L. F. Vivanco ve en este oeste una referencia a las lecturas juveniles de Cernuda, y en concreto, a las novelas de Captain Mayne Reid, especializado en escribir aventuras desarrolladas en el oeste americano. 

Sea esa o no la fuente del poema, está claro que ese oeste es un espacio mítico que no pretende ser realista. Por él corre un "jinete sin cabeza" (v. 1), que no está sujeto a la razón, a la lógica que representa la cabeza por oposición al cuerpo; por ese sentido lo compara luego con un niño, que tampoco se guía por la razón, libre en su inocencia. Ese niño busca "llaves recién cortadas", que se relaciona con la imagen del "jinete sin cabeza" pues en ambos casos presentan realidades que han sido mutiladas, cortadas. Pero el niño busca además "Víboras seductoras, desastres suntuosos, / navíos para tierra lentamente de carne" (vv. 4-5); las víboras seductoras es un claro símbolo de tentación (la serpiente de la Biblia), y a partir de ese primer elemento se destaca la sensualidad de los elementos ("suntuosos", "para tierra lentamente de carne"), una invitación al erotismo que en el v. 6 va unido a la visión de la muerte, en la tópica asociación de amor y muerte (Eros y Thanatos) que los surrealistas habían tomado de Freud.

Las imágenes de destrucción continúan en la estrofa siguiente: "una hoguera transforma en ceniza recuerdos" (imagen del olvido que reaparece en el verso 12), a la noche le corresponde una sola estrella, y la sangre se ha perdido por la venas (la fuerza de la pasión). Son todos representaciones de confusión, olvido o pérdida que concluyen en un resultado apto "ya solamente para triste buhardilla", un espacio donde se almacenan las cosas que no sirven o que ya no se utilizan; la imagen puede simbolizar un amor o una experiencia pasado u olvidado cuyo recuerdo causa solo tristeza.  En los versos 11 y 12 se utiliza un procedimiento muy querido por los surrealistas, el sintagma "color de" que sirve para describir un estado anímico. Además, se usa como elemento estructurador, pues se encadenan los dos versos por la repetición de la misma palabra al final del v. 11 y al principio del v. 12. 

En la estrofa siguiente se constata que ese paraíso terrenal, ese oeste americano está lejos, y por tanto, es inalcanzable. Así se desarrolla en los vv. 15-16: "aquel oeste que las manos de antaño /creyeron apresar como el aire a la luna". Hay además una oposición entre el pasado (el "antaño" en que se creyó que se podía agarrar la luna como si fuera aire) y el presente, que se introduce en los versos siguientes con un "pero": "mas la luna es madera, las manos se liquidan / gota a gota idénticas a lágrimas". La luna es algo tangible,  material, frente a esa luna que se quería coger "de aire". La luna de aire es un símbolo del deseo, algo que no se puede tener, y que choca con la realidad; no solo es imposible porque la luna resulta ser de madera (tangible, frente a su visión del pasado como aire), sino porque además las manos se vuelven líquido y no pueden sostener nada, lo que provoca la frustración y el dolor de esas lágrimas en que se deshacen las manos. 

El poeta, en la última estrofa, invita al olvido. Hay que dejar atrás todo, incluso ese paraíso soñado en el que nunca termina de realizarse esa fantasía; ese deseo no termina de materializarse, y queda relegado a un deseo idealizado que solo se cumple en la lejanía de la imaginación.   

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