lunes, 28 de enero de 2019

"Impresión de destierro" (de "Las Nubes")


"Impresión de destierro"


Fue la pasada primavera,
hace ahora casi un año,
En un salón del viejo Temple, en Londres,
Con viejos muebles. Las ventanas daban,
Tras edificios viejos, a lo lejos,                               5
Entre la hierba el gris relámpago del río.
Todo era gris y estaba fatigado
Igual que el iris de una perla enferma.

Eran señores viejos, viejas damas,
En los sombreros plumas polvorientas;                   10
Un susurro de voces allá por los rincones,
Junto a mesas con tulipanes amarillos,
Retratos de familia y teteras vacías.
La sombra que caía
Con un olor a gato,                                               15
Despertaba ruidos en cocinas.

Un hombre silencioso estaba
Cerca de mí. Veía
La sombra de su largo perfil algunas veces
Asomarse abstraído al borde de la taza,                 20
Con la misma fatiga
Del muerto que volviera
Desde la tumba a una fiesta mundana.

En los labios de alguno,
Allá por los rincones                                             25
Donde los viejos juntos susurraban,
Densa como una lágrima cayendo,
Brotó de pronto una palabra: España.
Un cansancio sin nombre
Rodaba en mi cabeza.                                          30
Encendieron las luces. Nos marchamos.

Tras largas escaleras casi a oscuras
Me hallé luego en la calle,
Y mi lado, al volverme,
Vi otra vez a aquel hombre silencioso,                   35
Que habló indistinto algo
Con acento extranjero,
Un acento de niño en voz envejecida.

Andando me seguía
Como si fuera solo bajo un peso invisible,             40
Arrastrando la losa de su tumba;
Mas luego se detuvo.
«¿España?», dijo. «Un nombre.
España ha muerto.» Había
Una súbita esquina en la calleja.                          45
Le vi borrarse entre la sombra húmeda.



Este poema escrito en Glasgow a comienzos de 1939 es un ejemplo perfecto de la aparición de lo histórico dentro de su universo poético. Tal y como relata Cernuda en los primeros versos, se trata de una anécdota ocurrida el año antes, en primavera, en la ciudad de Londres. En 1938 acababa de llegar Cernuda a Inglaterra, y malvivía en Londres, alojado en casa de amigos y conocidos, hasta que encontró un trabajo como profesor en Surrey, una localidad cercana a la capital. 

Mientras estuvo en la capital, participó en algunos recitales poéticos, dio conferencias, y fue invitado a participar en actos de defensa de la República Española que algunos intelectuales y políticos liberales organizaron (la posición oficial del gobierno inglés era de no intervención). En el contexto de alguno de estos actos puede identificarse esta escena, que Cernuda describe con gran economía de medios pero gran precisión. 

Los primeros versos, como hemos comentado, sirven para situar el marco espacio-temporal; el poeta se encontraba en Londres, en el salón de un edificio histórico (el Temple), decorado con viejos muebles. Desde la ventana podía verse "el gris relámpago del río". (vv 1-6). Los dos versos siguientes son una proyección de su estado de ánimo: "todo era gris y estaba fatigado / igual que el iris de una perla enferma" (vv. 7-8). 

En la primera estrofa se repite hasta en tres ocasiones la palabra "viejo", que vuelve a repetirse en la segunda estrofa para de manera reiterada insistir en esa idea de decadencia y antigüedad; el poeta está rodeado de ancianos, con sombreros polvorientos y objetos que representan el paso del tiempo ("retratos de familia y teteras vacías"). La referencia a los tulipanes amarillos (v. 12) no parece gratuita; el poeta había escrito un poema dedicado al poeta inglés Stanley Richardson titulado precisamente "Por unos tulipanes amarillos" (contenido en Invocaciones), con el que tuvo una relación amorosa en España y que será una de sus amistades en Inglaterra. Quizás con ello Cernuda quería decir que Richardson también se hallaba presente en aquella ocasión. 

Atardecía "con un olor a gato" (otra nota descriptiva muy sugerente que alude al  hedor de las calles y a la eterna compañía de los ancianos), y en las casas, empezaban los preparativos de las cenas ("despertaba ruidos en cocinas" v. 16). Junto al poeta, un hombre tomaba té. Lógicamente, se trataba de un anciano, "con la misma fatiga / del muerto que volviera / desde la tumba a una fiesta mundana" (vv. 21-23). De nuevo se proyecta su percepción subjetiva en la descripción de cuanto le rodea. En una conversación que surgió en una esquina del salón, siempre silencioso, Cernuda escuchó una palabra "densa como una lágrima cayendo, [...]: España" (vv.27-28). Esta palabra generó "un cansancio sin nombre" en la cabeza del poeta, agotado por el recuerdo de su país.

Acabado el acto, abandonaron el edificio. Al llegar a la calle, Cernuda coincidió de nuevo con el anciano, que caminaba despacio ("como si fuera solo bajo un peso invisible, / arrastrando la losa de su tumba", vv. 40-41). El anciano le dijo algo "con acento extranjero"  (por aquel entonces Cernuda aún no sabía hablar inglés), y más tarde añadió la lapidaria frase final: España no era ya más que un nombre, porque España había muerto. El hombre se desvaneció. 

La inesperada conclusión del poema nos devuelve a ese contexto histórico en el que se encuadra: la Guerra Civil está en su último tramo, y el país, a punto de caer en manos de los nacionales, "ha muerto" para la causa republicana que parece ser el motivo de la reunión en el viejo salón del Temple. No en vano los asistentes son ancianos, miembros de una sociedad caduca desplazados por la vertiginosa juventud del fascismo y de los totalitarismos surgidos en Europa. Cernuda escribe el poema en 1939, finalizada ya la contienda, pero la anécdota anticipa el trágico final de la guerra y el triste destino de la causa que el poeta, como tantos otros exiliados, defendía.

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